viernes, 20 de noviembre de 2009

La influencia de Oriente


La influencia de la cultura oriental en las literaturas occidentales no es cosa nueva. El gusto por el exotismo asiático se establece con el Modernismo, pero distintas estéticas han sido influenciadas no sólo por su cultura libresca sino por la corriente filosófica. La generación Beat es la más destacada. Los Kerouack, Ginsberg, Burroughs, Snyder, Ferlinghetti... hicieron del orientalismo un modo de vida.
Hoy en día el haiku japonés está más de moda, entre nuetros escritores, que nuestra copla, tal vez por los rasgos comunes que mantienen ambas estrofas. Sin embargo no me imagino a ningún colega de versos practicando yoga o distintas técnicas de relajación, ordenarse en un monasterio budista, creerse un experto en meditación zen, o tomar alguna infusión de algún derivado de los opiáceos para llegar al nirvana. No, aquí se nota que no vivimos en Hollywood.


No pasa nada. Los poetas beat y oriente, ed. de Jesús Aguado, Barcelona, El bardo, 2007.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Un poema memorable de Francisco Alba

Sin duda, el siguiente poema es de los mejores publicados durante el año 2008.

In God We Trust

parcere subiectis et debellare superbos

Virgilio


Rogad a Dios por el soldado López
que cayó reventado por la bomba
a la orilla del Tigris
como cayó en Germania
el legionario hambriento
rodeado de árboles y frío
en el desatre de Quintilio Varo.

Soldado de la 101º Aerotransportada
con base en Fort Campbell (Kentucky)
y de la Legio XII
Fulminata
Un mismo símbolo de fuerza: el águila.

Mascando chicle
o regaliz de Acaya farfullaban
en inglés o latín escuetas órdenes.

No querían morir.
El Capitolio,
la curva de su bóveda imponente.
Mirad los templos de Minerva y Júpiter
coronando la Urbe milenaria.
Ese reflejo pétreo del poder,
la austera geometría. Los magnates
los mandan como ovejas a la carnicería
hablándoles de Lincoln,
de Escipión y la guerra de Cartago.

Su sagrada misión: civilizar.
Allí donde esté el Mal llegan las águilas.

En cada intervención los protegían
Marte y el Dios cristiano.
Confundidos
en los gélidos bosques de Germania
o en las ardientes arenas del Golfo Pérsico
recordaban el juego del amor
aprendido deprisa en un burdel.

A miles de kilómetros de casa
cachorros de centauro,
cayeron maldiciendo su bandera.

Al Orco descendieron, indignados.



Francisco Alba,
El contrario, Valencia, Pre-Textos, 2008.

martes, 17 de noviembre de 2009

Un descubrimiento

Cuando entro en una librería con la idea de comprarme un libro, normalmente lo tengo escogido de antemano. A veces, muy raramente, me dejo sorprender con volúmenes de autores desconocidos. Algo parecido me ocurrió hace un par de semanas cuando, por arte de magia, eché una vistazo a los últimos ejemplares que han salido en la colección "Antologías" de Renacimiento. Y es que Julián del Casal era un completo desconocido para mí. Sin embargo, al paso de las páginas, fui descubriendo a un poeta maravilloso que me tiene hechizado desde entonces. Esto - el hecho de con sólo leer un par de versos el lector puede saber si le va a gustar el libro- es la gran ventaja que tiene la poesía frente a la novela: cuando compras poesía, sabes lo que compras. La poesía nunca defrauda, y si lo hace es en casos excepcionales, como por ejemplo: cuando uno se empeña, erre que erre, en que le guste un determinado autor debido a su fama y prestigio; en mi caso, Rimbaud. Por mucho que trato de acercarme a su poesía, no consigo atravesar el muro que nos separa. Pero este no es, ni mucho menos, el caso de Julián del Casal; el cual, con un par de sonetos, es capaz de levantarme el ánimo en una mala tarde.

Sorprendente resulta que un poeta que conoce perfectamente el endecasílabo, que tiene el oído afinado, que abarca ampliamente el léxico de la lengua, que mantiene la intensidad emotiva a lo largo de su obra... Sorprendente, repito, me resulta no haber oído nunca hablar de semejante poeta y más aún, si cabe, el hecho de descubrirlo por casualidad. Menos mal que la poesía, a veces, hace tales milagros.



Julián del Casal, Rey solitario como la aurora, selección y prólogo de Carlos Javier Morales, Sevilla, Renacimiento, 2009.

jueves, 5 de noviembre de 2009

El trueno más allá del Popocatépetl


Este año me propuse revisar mis lecturas de poesía en lengua inglesa del siglo veinte. Tuve la suerte de encontrarme durante el verano -estación poco propensa a la publicación de libros- una antología de poemas de Malcolm Lowry, editada perfectamente -como suele tener costumbre- por Tusquets. Para mi satisfacción personal, la traducción y selección corren a cargo de Juan Luis Panero, el cual hace un magnífico trabajo. Panero -como dice en el prólogo- intenta recrear -con éxito- la voz del poeta de Cheshire, algo que se palpa desde los primeros versos. Lowry se encuadra perfectamente en ese tipo de escritor que tanto gusta al mayor de los Panero: el de los alcohólicos perdedores entusiasmados con la literatura; o lo que es lo mismo: forma parte de la tradición del mismo Juan Luis. La combinación de ambos es, por tanto, perfecta.

Destacaré del conjunto la semblanza que hace el señor Lowry sobre Rupert Brooke; poeta recientemente tratado en este blog y que, por cosa de magia, aparece con asiduidad en lo que leo.

LE GUSTABAN LOS MUERTOS

Al final de un día borrado, de una triste jornada,
trató de contar las cosas que de verdad le importaban.
Nunca había querido ser Rupert Brooke,
ni tampoco un gran amante
y sólo se acordaba de unas pocas cosas, cosas sencillas:
de su alma habitada siempre por el miedo
y que ahora vendería por una jarra de cerveza.
Parecía que apenas había conocido el amor
y que el terror era su sentimiento más profundo.
Le gustaban los muertos.
Para él, la hierba no era verde, ni siquiera hierba,
el sol no era el sol ni la rosa, rosa,
ni el humo era ya humo.


Malcolm Lowry, El trueno más allá del Popocatépetl, trad. de Juan Luis Panero, Barcelona, Tusquets, 2009.

martes, 3 de noviembre de 2009

The Soldier, by Rupert Brooke

THE SOLDIER

If I should die, think only this of me:
Taht there´s some corner of a foreing field
That is for ever England. There shall be
In that rich earth a richer dust concealed:

Adust whom England bore, shaped, made aware,
Gave, once, her flowers to love, her ways to roam,
A body of England´s, breathing English air,
Washed by the rivers, blest by suns of home.

And think, this heart, all evil shed away,
A pulse in the eternal mind, no less
Give somewhere back the thoughts by England given;

Her sights and sounds; dreams happy as her day;
And laughter, learnt of friends; and gentleness,
In hearts at peace, under an English heaven.


La primera vez que me encontré este poema fue en Poesía inglesa del siglo xx (Llibros del pexe, 1993), una versión de Carlos Clementson, la cual no me produjo una grata impresión. Sin embargo, muchos años después este poema vuelve a mis ojos, esta vez, en una versión del poeta canario Domingo Rivero; poeta por el que tengo predilección. A partir de este momento y hasta la fecha, no ha dejado de cautivarme.

EL SOLDADO, DE RUPERT BROOKE

Si yo muero, pensad esto sólo de mí:
que allí donde me entierren habrá un rincón de tierra
extraña, que será para siempre Inglaterra.
El polvo generoso que ha de esconderse allí

el ser debió a Inglaterra que maternal le dio
flores que amar y sendas que recorrer, un día,
y un cuerpo todo suyo, pues de su aire vivía,
lo bañaron sus ríos y su sol lo curtió.

Y pensad que este pecho, de mal purificado,
hará con ritmo eterno, donde muera el soldado,
brotar los pensamientos porque Inglaterra es;

sus campos, sus rumores, ensueños de ventura,
y risas aprendidas de amigos, y ternura
en pechos que atesoran paz, bajo un cielo inglés.


(versión de Domingo Rivero)

Un amigo mío, conociendo mi cariño por este poema, me envió una versión del mismo -para sorpresa mía- por otro de mis poetas preferidos: Leopoldo Panero.

EL SOLDADO
(Rupert Brooke)

Si es que muero, esto sólo pensad, tan sólo esto:
que algún rincón cualquiera de alguna tierra extraña
es ya Inglaterra siempre. Mis huesos habrán puesto
su puñado de polvo de otra tierra en la entraña.

Polvo a quien dio Inglaterra forma, palabra, gesto;
sus flores para amarlas, para andar su campaña;
vaho mortal y polvo de Inglaterra compuesto,
que en sol se bendice y en sus aguas se baña.

Y pensad que ya limpio de todo mal el hueso,
pulso vital, el alma derrama la abundancia
que Inglaterra le diera con generoso exceso:

su dulce sueño alegre, su música y fragancia;
la risa entre los labios de la madre; y el beso
de un corazón que duerme, bajo el cielo, en su infancia.


Esto demuestra, en parte, la coherencia de mi gusto. Y es que la mayoría de mis autores favoritos mantienen unos lazos muy estrechos a pesar de la distancia temporal. Esto -me parece- que se llama tradición. Espero, algún día, formar parte de la misma.



Poesía inglesa del siglo veinte, ed. de José Luis García Martín, Gijón, Llibros del pexe, 1993.
Domingo Rivero, Yo, a mi cuerpo y otros poemas, Barcelona, Acantilado, 2006.
Leopoldo Panero, Obras completas, ed. de Juan Luis Panero, Madrid, Editora Nacional, 1973.