domingo, 3 de julio de 2011

Un poema desechado

En estos días en los que estoy revisando mi libro para mandarlo a imprenta, me encuentro un poema que escribí hace unos cinco años y que decidí desecharlo del volumen. Lo cuelgo porque, a pesar de ser un intento fallido, tiene algo de encanto.

ODA A JUAN LUIS PANERO

    Cuando leo tus versos,
Juan Luis, en la tortura de la noche,
ahogado en el humo
de las ensoñaciones,
la Muerte bien vestida se presenta.
    Me pregunta si es cierto
lo que veo en el filo del cuchillo,
si es vivir ver morir
o acaso una derrota
que presagia mi sueño melancólico.
    Entonces los maestros
comparecen, me piden que les brinde
por una buena vida
más allá de la muerte,
al otro lado de la luz del alba.
    Tú los conoces bien:
Quasimodo, Cavafis, Luis Cernuda,
Rulfo, Pavese, Borges,
Fitgerald y Vinyoli;
todos ellos bailando con la Muerte.
    La fantasmagoría
se disipa con gesto cabizbajo,
sumisos bajo el yugo
de las sombras, te nombran,
Panero, su discípulo perfecto.
    Pero no queda nada,
tú lo sabes, más lejos del cristal
rayado de la copa
que anima al entusiasmo
olvidado por años de naufragios.
    Las horas se dilatan
como el humo pesado de una pipa.
Un tic tac de reloj
irrumpe en la cabeza
al ritmo del tambor de las batallas.
    Mas la imagen se nubla
más allá de mi espíritu indecente,
solo la sombra débil
de un cuerpo malogrado
por excesos, fantasma de sí mismo.
    Y mi alma es un desierto
donde acampan jinetes de Tijuana
-sabes de quiénes hablo-
con el gatillo listo,
apuntando de frente al entrecejo.
    Ya han pasado las cinco
y me empeño en manchar una hoja en blanco,
oficio de suicidas,
encajando palabras
como piezas del puzle de mis días.
    Vuelvo a tu voz, tus libros
cargados de ceniza maloliente,
de espejos que reflejan
el ayer, y fantasmas
que renacen del polvo del fracaso.

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