lunes, 6 de febrero de 2012

Rodrigo Olay en los Encuentros Poéticos del Antiguo Instituto


Este viernes, 10 de febrero,  a las 20:00 horas, en el Antiguo Instituto de Gijón, las asociaciones culturales "Encadenados" y "Versos libres" organizan un recital de poesía, como viene siendo habitual una vez al mes. En esta ocasión, el poeta invitado será Rodrigo Olay, autor de Cerrar los ojos para verte (Universos, 2011), con un acompañamiento musical a cargo de Dani García de la Cuesta. El acto será presentado por Javier Almuzara.
Para los que todavía no conocen la poesía de Rodrigo Olay (serán pocos), les dejo con las palabras de Carlos Iglesias acerca de Cerrar los ojos para verte



Palabras para un libro:
Rodrigo Olay, Cerrar los ojos para verte, Universos, Mieres, 2011, Premio «Asturias Joven» de Poesía 2010.
[Texto leído en la presentación del libro, la tarde del 17-VI-2011, en la librería gijonesa La Buena Letra]

            Quien se asome por primera vez a la ventana que Rodrigo Olay nos abre en este su primer libro, descubrirá a un autor que nos habla desde el presente con la mirada puesta en un pasado de resonancias múltiples.
            Si todo libro de poemas se asemeja a una casa, como quiso Luis Rosales, no cabe duda de que las cuatro habitaciones, o secciones, que conforman Cerrar los ojos para verte están bien encendidas. En cada una de ellas se adensan los ecos de diferentes voces y tradiciones poéticas, empezando por la lírica grecolatina de Catulo u Horacio, retomada posteriormente por Berceo o Fray Luis (también presentes aquí), y concluyendo, muchos siglos más tarde, con los poetas de la generación del cincuenta, encabezada por Jaime Gil de Biedma, y con la poesía española de las décadas de los ochenta y los noventa, representada por autores como Luis García Montero, Luis Alberto de Cuenca, Víctor Botas, Carlos Marzal, Aurora Luque, o Juan Antonio González Iglesias. Asimismo, a estas páginas se asoman Garcilaso (y su visión del amor como una batalla cotidiana, tal y como se aprecia en los “Tres haikus de un trovador” ―p. 34― o en “El duelo” ―p. 30―), San Juan de la Cruz (en poemas como “Por la secreta escala” ―p. 36―, donde el amor se percibe casi como un camino de perfección), Antonio Machado (en unos versos que recrean, con conmovedora exactitud, los últimos días del poeta sevillano ―p. 61―), Jorge Guillén (en pequeños poemas que son como destellos de serenidad meditativa; así sucede, por ejemplo, con el que da pie a la hermosa portada del libro: “Mise en scène” ―p. 22―), Fernando Pessoa (mediante el heterónimo Roderick O´Lay, que nos descubre ‘el mapa del tesoro’ en la parte final del libro), e incluso el anónimo autor de la Biblia (en un poema, “Operación triunfo” ―pp. 69-70―, que deparará sorpresas a más de un lector). Y todo ello sin olvidar la invocación constante a la ceguera sabia de Borges. Porque Cerrar los ojos para verte también tiene una cualidad de laberinto borgiano. Rodrigo Olay ejerce en él una doble función: por un lado, es el guía cómplice que nos toma de la mano y nos conduce por los escurridizos corredores de la tradición poética; por otro, se erige en demiurgo capaz de convocar y manejar todas las presencias ausentes que conviven en estas páginas.
            Pero nadie piense que nos hallamos ante un catálogo de citas, o ante un mero ejercicio mimético: no. Rodrigo Olay no utiliza las influencias ajenas para enmascarar su voz; antes al contrario, se sirve de ellas para devolvernos su propia voz amplificada, matizada y filtrada por todas las lecturas que ha venido realizando a lo largo de seis años, que son los que ha tardado en ultimar y en dar forma definitiva al libro que hoy presentamos.


            Es la suya una voz poética que, a través de los distintos ecos que la nutren y la habitan, nos habla de los temas eternos, a saber: la evocación agridulce de una infancia que nunca acaba de extinguirse (como en “Huellas en la arena” ―p. 13― o en “Constantes vitales” ―p. 14―); los primeros tanteos amorosos de la adolescencia, unidos al descubrimiento del viaje en su doble sentido, físico y literario; el fulgor súbito del mundo, vislumbrado en cualquier calle de una ciudad mágica, como Venecia o Estambul; la consolidación del amor, que combina en igual manera plenitud e incertidumbre (ambas laten en “La metamorfosis” ―p. 32―, o en los versos estremecidos de la inolvidable “Canción de aniversario” ―pp. 43-44―); la presencia de la muerte como un tributo necesario que hay que pagar por el simple hecho de estar y de sentirse vivo. Tampoco se olvida ni de incluir bromas posmodernas, como esa inapagable parodia de la literatura universitaria que sirve de inesperado cierre al libro, ni de guiños generacionales (“American Dream” ―p. 31―) a veces directamente ‘frikis’ (“El manco” ―p. 68― es una buena prueba de ello).
            Cerrar los ojos para verte es, como estamos viendo, un libro caleidoscópico, pues cada vez que lo abrimos nos ofrece una imagen igual y a la vez distinta de sí mismo, dándonos un nuevo motivo para la alegría, la revelación o el asombro (el mismo asombro intacto que destilan los “Cantares” ―pp. 39-42―, canciones mínimas que se ajustan como un guante al júbilo de cada nuevo día, o esos haikus que nos permiten atisbar toda la belleza del mundo por el ojo de una cerradura ―pp. 22-23―).
            Por todo lo que venimos diciendo, creemos que este libro no sólo se parece, como todo buen libro, a un hogar confortable: también constituye una pequeña revelación que intenta, a su manera (como el pájaro que cantó Leonard Cohen), ser libre. Habrá, pues, que mantener los ojos bien abiertos para seguir viendo, y leyendo, a Rodrigo Olay.

Carlos Iglesias Díez
Junio de 2011

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